El ejercicio físico, clave para un cerebro saludable

Bien sabemos los sí y los no de mantener un corazón sano. Ahora, quien pueda dar tips para proteger el cerebro, que tire la primera piedra. Un especialista dio a Infobae claves para mantener intactas las funciones cognitivas

El ejercicio físico, clave para un cerebro saludable


Desde hace unas décadas sabemos que al corazón le hace bien tener un peso saludable, colesterol y glucemia en valores normales, cuidar la hipertensión arterial, hacer actividad física, etc. Y ahora se sabe que todo eso también le hace bien al cerebro. Pero al cerebro, además, le hacen bien otras cosas.

Es que envejecer no es sinónimo de deterioro cognitivo e intelectual. Si bien es cierto que existe un porcentaje de personas mayores que presentan deterioro en sus funciones intelectuales, también es cierto que gran cantidad de ellas no.

Es así que se supo que el deterioro cognitivo no es parte del envejecimiento normal y que por lo tanto puede desarrollarse o bien prevenirse.

En diálogo con Infobae, el neurociéntífico Facundo Manes, director de Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco) destacó que «al cerebro hay que hacerlo transpirar». Esto sería que capacitarse y ahondar en lo que ya sabemos está bien, pero además hay que exigirle un desafío intelectual, algo que para nosotros represente una dificultad (aprender un idioma,tomar clases de un instrumento).

Esto es porque de un tiempo a esta parte cobró interés la hipótesis de que existe lo que se llama una «reserva cognitiva». «Se cree que las personas que están activas intelectualmente, que tienen un trabajo intelectual, pensamientos positivos, emociones más estables y riqueza de vocabulario y educación poseen una reserva cognitiva que, ante por ejemplo un ACV o enfermedad de Alzheimer protegería más su cerebro que si no hubieran tenido una vida intelectual activa», explicó Manes.

El también titular del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro destacó que de esta manera comenzaron a investigarse aquellos factores que protegen y retardan el deterioro cognitivo y aquellos que lo predisponen. Y hace unos años se conocieron los resultados derivados de la investigación conocida como el «estudio de las monjas».

«Este trabajo estudió la relación entre las funciones intelectuales y emocionales que se tienen a lo largo de los años y el estado del cerebro post mortem en una comunidad de monjas que vivieron y trabajaron en el mismo lugar durante mucho tiempo», detalló el especialista, quien resaltó que «aproximadamente el 80% de las monjas, cuya escritura se midió como de baja habilidad lingüística, desarrolló la enfermedad de Alzheimer en la vejez. Por su parte, del grupo de monjas cuya habilidad lingüística fue alta, sólo el 10% sufrió más tarde la enfermedad».

También este estudio sugirió que un estado emocional positivo puede contribuir a que vivamos más. Según estos investigadores, monjas que en sus escritos de juventud habían expresado mayor número de emociones negativas tuvieron menos años de vida y una frecuencia mayor de enfermedad de Alzheimer.

Fue así cómo cobró interés la hipótesis de que una mayor «reserva cognitiva» podía hacer más resistente al cerebro para enfrentarse al daño neuronal. Este concepto de «reserva cognitiva» explicaría, básicamente, por qué algunas personas con un envejecimiento cerebral anormal pueden estar intactas intelectualmente mientras que otras sí experimentan síntomas clínicos.

Neurocientíficos de la Universidad sueca de Umea desarrollaron un concepto complementario a este que denominaron «mantenimiento cerebral». Según estos científicos, éste sería uno de los factores más importantes para lograr un envejecimiento cognitivo exitoso y destacaron el hecho de que los cerebros de algunos adultos mayores parecen envejecer más lentamente al mostrar poca o ninguna patología cerebral. Las personas con un trabajo intelectual exigente pueden disfrutar de una ventaja en términos cognitivos, pero los beneficios rápidamente disminuirían si la persona se «jubila intelectualmente». Un compromiso permanente con la exigencia intelectual sería uno de los caminos más eficaces para el mantenimiento cerebral.

«Además, al cerebro le hace bien la vida social (la gente aislada socialmente se muere antes). Tener vida social activa es muy bueno para el cerebro», enumeró Manes entre otro de los consejos que podemos tener en cuenta para proteger a uno de los órganos más importantes de nuestro cuerpo. Así, aquellas personas que en la vejez continúan estimuladas social, física y mentalmente muestran una mayor fiabilidad en el rendimiento cognitivo a partir de un cerebro que parece aún más joven que lo que dictan sus años.

Ahora bien, ¿cómo repercute el ejercicio en nuestra salud cerebral? Porque la actividad física es la «tercera pata» que Manes marcó como fundamental a la hora de cuidar la capacidad cognitiva.

Toda persona que haya hecho alguna vez actividad física conoce esa sensación tan característica que experimentamos después de un entrenamiento. Gran parte de esa sensación se debe a que nuestro cuerpo produce endorfinas, un conjunto de opioides naturalmente sintetizados por el organismo que tienen un importante efecto para calmar los dolores y modular nuestro ánimo. De hecho, personas que realizan actividad física de manera consistente tienen niveles más bajos de depresión, ansiedad e ira. El camino biológico por el cual sucede esto es aún materia de debate, pero estudios de distintos laboratorios demostraron que existen múltiples vías neurobiológicas involucradas en el efecto de la actividad sobre nuestro cerebro, sus químicos y, en consecuencia, nuestra conducta. Estas vías incluyen la activación de cascadas moleculares de enzimas que favorecen la depuración de depósitos tóxicos en nuestro cerebro, otras que estimulan la formación de factores de crecimiento que ayudan a la formación de neuronas y a la conexión entre éstas.

«Hay un área del cerebro que se llama hipocampo (en la base del cerebro) que se dedica a consolidar la memoria y es lo primero que se afecta en el Alzheimer», explicó Manes, quien detalló que «después de los 65 años estudios demuestran que esa zona (aunque la persona no tenga Alzheimer) se ‘gasta’ anualmente alrededor de un 1%. Y en gente sedentaria que empezó a caminar regularmente, esa zona aumentó de tamaño y eso significa millones de neuronas nuevas. Caminar solamente implica mayores conexiones en el cerebro».

Además, el ejercicio facilita «caminos» que conectan el sistema nervioso con otros aparatos, tales como el cardiovascular y el digestivo, y genera una orquesta biológica que funciona a favor de nuestra salud en general. Tanto es así, que distintos grupos de investigación demostraron los beneficios del entrenamiento en la reducción del riesgo de desarrollar los síntomas de distintas enfermedades que afectan el cerebro.

Por ejemplo, científicos de Suecia señalaron que personas en edad media que entrenan al menos dos veces por semana tienen 60% menos de probabilidad de desarrollar trastornos cognitivos en comparación a personas sedentarias (según estos estudios, este entrenamiento debe ser de, por lo menos, 25 a 30 minutos y moderada a altamente aeróbico para producir un verdadero efecto).

Y los efectos se pueden ver de inmediato cuando se hacen pruebas específicas: En un estudio en Irlanda, un grupo de hombres sedentarios completaron una prueba de memoria. La mitad, luego, se sentó en una bicicleta fija sin pedalear por 30 minutos. La otra mitad se entrenó de manera intensa hasta agotarse. Este último grupo demostró una gran mejoría respecto del anterior cuando volvieron a hacer la prueba de memoria. Al analizar su sangre, los investigadores notaron que en el grupo que había realizado ejercicio existían niveles elevados de una proteína que promueve la salud de las neuronas.

En resumidas cuentas, Manes sintetizó que la estimulación intelectual, una dieta saludable, reducir el estrés, practicar actividad física, controlar los factores de riesgo vascular y tener una vida social activa «fueron identificados como factores potenciales de protección en la mediana edad que pueden ayudar a mantener la reserva cognitiva en la vida adulta».

Aunque muchos factores de riesgo, como la predisposición genética, están fuera de control, existe evidencia, desde diversos estudios, de que contaríamos con varias estrategias que pueden ayudar a reducir el riesgo de deterioro cognitivo.

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